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martes, 9 de abril de 2013

La curiosa historia de amor de Alexander Graham Bell

Alexander Graham Bell ha pasado a la historia por, entre otras muchas cosas, haber patentado uno de los inventos que revolucionaron las comunicaciones modernas: el teléfono inventado por Antonio Meucci. Sin embargo, muy pocos conocen que detrás de su figura, envuelta en la polémica por la "supuesta" invención de este aparato, se esconde una desconocida y hermosa historia de amor.

Todo comenzó en 1875, cuando Bell, que contaba con 27 años, centraba sus esfuerzos en su trabajo como logopeda con personas con problemas de audición.



En ese periodo conoció a Mabel Gardiner Hubbard, una joven de 17 que había quedado sorda a los cinco años, tras sufrir un fuerte ataque de fiebre escarlata. Nada más verla, el inventor quedó prendado de ella, pero, para su consternación, inicialmente fue un amor no correspondido.

Al parecer, para Mabel, Alexander era solo «un tipo desgarbado, moreno, con los ojos y el pelo negro azabache, mal vestido y descuidado», la clase de hombre con la que nunca se casaría. Sin embargo, la joven empezó a encariñarse con él y acabó locamente enamorada de su maestro en el habla.

Se casaron tan solo dos años después y fruto de ese matrimonio tuvieron cuatro hijos, dos chicas y dos varones, aunque estos últimos murieron a muy corta edad.

Tras el enlace, el padre de Mabel, Gardiner Greene Hubbard, que más tarde se convertiría en el primer presidente de la National Geographic Society, se convirtió en el principal promotor de las investigaciones de Graham Bell, mientras que su hija, a pesar de que la enfermedad le había afectado al oído interno y al equilibrio, se convirtió en una gran aventurera que acompañó a su marido en la mayoría de sus innumerables viajes.
Bell hablando en una versión experimental del teléfono.

El amor que se profesaban fue creciendo a lo largo de los 45 años siguientes, hasta el fallecimiento del inventor, el 2 de agosto de 1922. Según cuentan las crónicas, poco antes de que muriese, Mabel agarró la mano de su esposo y le pidió que no la abandonara, a lo que Graham Bell, que debido a su enfermedad era incapaz de hablar, le respondió en el lenguaje de signos con un simple «no». Fueron sus últimas palabras.

Mabel Hubbard falleció apenas cinco meses después que su esposo. Sin embargo, su maravilloso romance fue recogido para la posteridad en la película de 1939 «El gran milagro».


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