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martes, 16 de octubre de 2012

La leyenda de Timanfaya.

Cuenta la leyenda que a principio de septiembre de 1730 el volcán de Timanfaya entró en erupción, los habitantes del pueblo estaban celebrando el matrimonio de una pareja joven; formada por el hijo del que en aquel momento era el hombre más rico de la zona y de la hija de unos agricultores de plantas curativas.

La pareja estaba muy unida y muy enamorada. En el momento que estaban abrazados bailando la danza típica del lugar, el volcán explotó. Todos los habitantes y asistentes al festejo, presas del pánico comenzaron a correr de un sitio para otro, ya que caían rocas de grandes dimensiones, aplastando casas, cultivos y todo lo que encontraban a sus alrededores.


Una gran desgracia cayó sobre la feliz pareja. Una de esas rocas enormes cayó encima de la novia, sepultándola al instante bajo la mirada atónita de su marido

Tal fue la rabia y desesperación del muchacho que sin pensar cogió del suelo una forja de cinco puntas para intentar levantar la roca que había enterrado a su enamorada. Desoyendo, incluso, a las personas que gritaban con desazón.

El muchacho sin saber como sacó una fuerza inexplicable y consiguió levantar la roca, recuperando así el cuerpo, ya sin vida de su amada. A quien cogió en brazos y sin soltar la forja comenzó a correr buscando un refugio, que ya no encontraría.

Gritando y con el cuerpo de su mujer desangrándose por el valle de Timanfaya corrió hasta que sus fuerzas perecieron. Desapareció entre el humo de sulfato que salía del suelo y las cenizas que cubrían todo.


Fue noche de luna llena y en un momento de claridad debido a su resplandor, varias familias lograron ver como en lo alto de la colina y gritando con una fuerza descomunal salió la imagen de aquel chico con la forja de cinco puntas enteres sus dos brazos en alto; desapareciendo, finalmente entre el humo y las cenizas.

En ese momento todos los supervivientes del pueblo de Timanfaya y en un mismo tono; dijeron: pobre diablo.

De la sangre derramada por ella y por todo el valle nacieron más plantas medicinales que los padres cultivaban, a los que los propios habitantes decidieron ponerles el nombre de la joven pareja de enamorados. Él se llamaba Aloe y ella se llamaba Vera.


Años después en una de las reconstrucciones del paisaje apareció el cuerpo del chico petrificado por la lava y con la forja de cinco puntas todavía agarrada con fuerza.

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