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sábado, 17 de agosto de 2013

La dación en pago, un invento de Julio Cesar

La dación en pago (el cliente insolvente del banco salda la hipoteca entregando la vivienda). Jueces y abogados denuncian que este mecanismo de la Ley de Enjuiciamiento Civil actúa como un proceso sumarísimo contra el deudor de buena fe que ha dejado de pagar sus cuotas por una causa de fuerza mayor (paro). El estallido de la burbuja inmobiliaria, la delicada situación de los bancos; y por último, la deflación y el desempleo provocados por las políticas de austeridad han atrapado a miles de deudores modestos, que no solo pierden su casa, sino que arrastran una deuda imposible de sobrellevar, originada por una tasación irreal del inmueble.


La respuesta a ese drama puede estar en la Historia y el Derecho romano. Porque hace algo más de dos mil años, la República de Roma tuvo el mismo problema, y Julio César lo resolvió con una fórmula análoga a la dación en pago. Ocurrió durante la segunda guerra civil, en la que César derrotó a Pompeyo. 

En aquellos tiempos, la actividad financiera había experimentado un enorme desarrollo, y los tipos de interés habían caído al 6%. Era más o menos la mitad de lo habitual en la Antigüedad, una época en la que escaseaba el dinero circulante y muchos préstamos no eran más que anticipos de tesorería. El crédito más barato sirvió para amasar fortunas y creó una clase social de nuevos ricos que facilitaron el tránsito de la República al Imperio. Pero al mismo tiempo los vaivenes económicos que desencadenaban las crisis políticas y las guerras convirtieron a los pequeños propietarios en deudores insolventes.


Había enormes tensiones sociales. Los seguidores de Julio César, que formaban el partido ‘democrático’ o cesariano, reclamaron la cancelación general de las deudas, una reivindicación que ya había aparecido en otros tiempos y que estaba en el origen de grandes revueltas. Sin embargo, como les ocurre hoy a los bancos, los acreedores no querían ni oír hablar de ello, así que el victorioso Julio César se encontró atrapado entre dos bandos. Y con un inconveniente añadido: él también había sido un deudor, y no de los pequeños. Los dispendios que hubo de realizar para impulsar su carrera (pagar a sus legiones, financiar espectáculos que le hicieran popular) le dejaron en algún momento un pasivo de 25 millones de sextercios.


Todo esto lo cuenta Theodor Mommsen, autor de la monumental Historia de Roma, una obra clásica que se ha quedado anticuada en algunos aspectos, según el criterio de los especialistas, pero cuya lectura todavía fascina, entre otras razones porque está escrita con la mirada de un historiador y jurista alemán de mediados del siglo XIX. «Las más funestas desigualdades en la distribución de las fortunas se produjeron a partir del momento en que la agricultura y la economía mercantil tuvieron por únicos fundamentos el capital y la especulación», dice Mommsen acerca de Roma.
Theodor Mommsen
La República se había convertido en «una sociedad compacta de millonarios y mendigos», un mundo cada vez más desigual en el que las deudas eran una cuestión política. Y Julio César no tuvo más remedio que enfrentarse a ella. 

Lo primero que hizo fue plantarse ante las demandas populistas, negándose a abolir las deudas de un plumazo (Cicerón le debía dinero a él). Sin embargo, dictó dos leyes para auxiliar a los prestatarios insolventes. Una de ellas les perdonó los intereses atrasados y descontó del capital principal los réditos que habían pagado. La segunda ley estableció que el acreedor cobraría lo que le debían con los bienes muebles e inmuebles del deudor. Tales bienes recibirían una valoración anterior a la guerra civil, ya que desde entonces habían sufrido una fuerte depreciación.


A Theodor Mommsen le pareció un trato razonable. «Al ser el acreedor considerado como el propietario de los bienes del deudor hasta donde alcanzase la cantidad debida, era justo que soportase su parte en la pérdida que hubieran experimentado los bienes en garantía». Julio César había arbitrado una especie de dación en pago. Pero entonces no fue una solución muy bien acogida. La idea de que prestamista y prestatario compartieran equitativamente las pérdidas no contentó a nadie, y menos a los extremistas del partido cesariano. Hoy se conformarían con ella miles de familias españolas amenazadas de desahucio.


Mommsen explicó el significado de las medidas tomadas por Julio César para ayudar a los deudores y para poner freno “al poder abusivo del capital». «Fue el primero -escribe el historiador- que concedió al insolvente la facultad que todavía hoy sirve base a todas las liquidaciones de bancarrota. En lo sucesivo, fuera o no suficiente el activo para el pago del pasivo, el deudor, por el abandono de sus bienes, y salvo la limitación de sus derechos honoríficos o políticos, conservó al menos su libertad. De esta forma pudo comenzar de nuevo la vida de los negocios, sin que se restara de su pasivo anterior, no cubierto por la liquidación de la bancarrota, sino solamente la cantidad que pudiese pagar, sin arruinarlo por segunda vez. Al emancipar de esta suerte la libertad individual de la servidumbre del capital, conquistaba el gran demócrata una gloria imperecedera».

César hizo otras reformas importantes. Trató de ordenar las prácticas de los banqueros, exigiéndoles que invirtieran en tierras de Italia una suma equivalente a los dos tercios de todo el dinero que habían prestado con interés. La norma cayó en desuso, y varias décadas después, cuando el Senado exigió que se cumpliera y ordenó a los prestamistas que arreglaran sus balances, se produjo una descomunal crisis bancaria e inmobiliaria en Roma, un desastre que se extendió por las principales plazas financieras del Imperio. El colapso aconteció el año 33 después de Cristo. Solo se superó gracias a que el emperador Tiberio inyectó en el mercado 100 millones de sextercios, a tres años y sin interés, para que los banqueros pudieran prestar. Pero esa es otra historia.

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