La primera máquina expendedora de la historia se empleaba para dispensar agua bendita en los templos. Se trataba de un mecanismo muy sencillo, pero que hacía perfectamente su labor.
Funcionaba con una moneda de dos dracmas que se introducía en la ranura (A) para luego caer sobre la plataforma (R), que se deslizaba hacia abajo por el peso de la moneda. Así, el cable (P) se elevaba y destapaba un tapón (G), que dejaba caer el agua en el vaso del devoto fiel.
La moneda que había caído sobre la plataforma (R), iba poco a poco resbalando hasta caer en el fondo. En ese instante, se producía el proceso inverso: la plataforma volvía a su sitio y empujaba el cable (P) que volvía a cerrar el tapón. ¡Cuánto deben gigantes como Coca-Cola, Durex o Nestlé a Herón de Alejandría!
Sin embargo, no fue hasta 1883 cuando se volvió a ver una máquina expendedora de fundamento. Fue en Londres y vendía tarjetas postales.
Además de la máquina expendedora, Herón también inventó una rudimentaria máquina de vapor, la eolípila, 17 siglos antes que James Watt, junto a muchos otros inventos mecánicos. También vislumbró la ley de acción y reacción de Newton, aunque de manera arcaica, generalizó el principio de la palanca de Arquímedes, entre otros. En el terreno matemático, hizo grandes aportaciones a la geometría y a la geodesia. Vamos, todo un crac, que se diría hoy.
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