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martes, 13 de noviembre de 2012

Julio Cesar y los piratas

En la época final de la República, los piratas en el Mediterráneo llegaron a
convertirse en un peligro, desde sus bases primero al sur de Asia Menor en las
montañosas costas de Cilicia y más tarde por todo el Mediterráneo, puesto que
impedían el comercio e interrumpían las líneas de suministro de Roma.
A diferencia de siglos posteriores, los piratas de la Antigüedad no buscaban
tanto joyas y metales preciosos como personas.

Las sociedades de aquella época solían ser en su mayoría esclavistas, y la
captura de personas para ser vendidas como esclavos resultaba una práctica
altamente lucrativa.Pero también se buscaban piedras preciosas, metales
preciosos, esencias, telas, sal, tintes, vino y otros tipos de mancías que
solían transportarse en los barcos mercantes, caso de los fenicios.




Uno de los casos más conocidos de piratería contra las líneas de navegación lo
protagonizó Julio César, que llegó a ser prisionero de los piratas cilicios (75 a. C.). Plutarco en Vidas paralelas cuenta que el jefe cilicio estimaba el rescate en 20 talentos de oro, a lo que el joven César le espetó: «¿Veinte? Si conocieras tu negocio, sabrías que valgo por lo menos 50». El cautiverio duró 38 días, en los cuales el rehén amenazó a sus captores con crucificarlos.



Finalmente el rescate se pagó y el futuro cónsul de Roma fue liberado. Pero no estaba afectado por lo que hoy llamaríamos el Síndrome de Estocolmo; pues cuando recobró la libertad, organizó una expedición, pagada con su propio dinero, durante la que apresó a sus captores y los crucificó a todos.


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