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miércoles, 19 de septiembre de 2012

Sedán, el final del sueño de los Bonaparte

La imagen que inmortalizó Camphausen en un impresionante cuadro muestra a un aviejado Napoleón III con el uniforme de campaña, rostro serio, la mirada perdida en el horizonte y departiendo resignado ante un altivo Otto von Bismarck. Es el reflejo del final del sueño de los Bonaparte. Aquellos que tuvieron en su mano todo el poder, el respaldo de su población y la admiración de sus enemigos, pero que fueron víctimas de su propia y despótica ambición. Y es que la derrota en la batalla de Sedán el 2 de septiembre de 1870 fue el golpe definitivo a los planes de esta familia de origen corso de crear una dinastía para dominar los designios de Francia y de Europa.
Carlos Luis Napoleón Bonaparte fue el último de su familia en ostentar el poder en París. Hijo de Luis Bonaparte y sobrino del emperador Napoleón, tuvo que huir del país galo con tan solo siete años tras la caída de su tío en 1815. Se exilió en Suiza y después en Inglaterra, desde donde conspiró contra el entonces monarca Luis Felipe de Orleans. Pero sus incursiones e incluso amagos golpistas fracasaron.


Sin embargo, fue una vez más una revolución popular la que llevó a un Bonaparte al poder. En febrero de 1848 las protestas derrocaron al último rey de la historia de Francia. Fue el momento elegido por Napoleón para regresar a su país. Una vez en territorio galo su influencia le permitió acceder a la nueva Asamblea, que redactó una nueva Constitución proclamando la II República. Sabedor del prestigio de su apellido entre las clases más desfavorables, que habían sufrido con la restauración del Antiguo Régimen, Napoleón se presentó a las elecciones presidenciales. Gracias al apoyo, entre otros, del campesinado se impuso con absoluta rotundidad.


Golpe de Estado.


Pero sus ansias de poder chocaban con las limitaciones constitucionales de su cargo, cuyo mandato era de cuatro años sin posibilidad de reelección. Una vez más, el ingenio que en su día sirvió a su tío para alcanzar el poder absoluto también catapultó a otro Napoleón. Y es que en diciembre de 1852, el todavía presidente dio un golpe de Estado presentándose como víctima de los conspiradores monárquicos que representaban el atraso y la injusticia social. Una estrategia bien orquestada teniendo en cuenta los odios que cualquier referencia a la monarquía suscitaba a la mayor parte de la población. De esta forma Francia volvió a tener un emperador: Napoleón III.
Sus gobierno autoritario pronto olvidó las promesas de libertad. Casado con la epañola Eugenia de Montijo, Napoleón III estaba obsesionado con la gloria, lo que se tradujo en una política exterior muy activa e intervencionista. Logró algunos éxitos militares, como la guerra de Crimea, pero también sonoros fracasos. El más humillante en México, donde su protegido, el emperador Maximiliano acabó fusilado. Pero la puntilla llegó en la guerra contra Prusia. Las tropas francesas no pudieron oponerse a los motivados soldados prusianos dirigidos por el canciller Otto von Bismarck.
Una superioridad que se escenificó en la Batalla de Sedán, donde 21.000 soldados franceses fueron capturados. Entre ellos se encontraba el mismísimo emperador. Francia había perdido la guerra. Y los Bonaparte su sueño de crear una dinastía.

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