Cuando murió el emperador mongol Gengis Kan, uno de los grandes conquistadores de la historia, el 18 de agosto de 1227, dejó instrucciones claras de que no quería ser hallado, el encargo de que nadie encontrase su tumba. Y sólo eso ya desató una matanza, nada nuevo para un guerrero que había sometido a sangre y fuego a cuantos señores e imperios se le pusieron por delante.
Por ello, los más fieles de sus soldados emprendieron un viaje sin retorno, que también fue una carnicería. Primero asesinaron a cuantos hombres y mujeres se cruzaron con ellos en el camino hacia el sepulcro. Después terminaron con los constructores del mausoleo, uno a uno. Finalmente, se suicidaron. Así se borró toda memoria, una vez quela tierra secó la sangre y ocultó el rastro de cadáveres. Se supone que la tumba del más temido emperador mongol se llenó con tesoros procedentes de todos los rincones de sus dominios, que abarcaban un tercio de la población muncial en el siglo XIII.
Si fuera cierta esa abundancia de objetos, el hallazgo de su tumba no solo sería un importante logro arqueológico, sino también una página que permitiría reescribir algunas líneas importantes de la historia. Y, por supuesto, algo que contravendría sus estrictas órdenes, aunque no se ha hablado de una maldición asociada a quien lo encuentre. De hecho ha habido muchos intentos, desde los arqueólogos que excavaron su palacio hasta ricachones obsesionados con el tema que viajan repetidamente a Mongolia pidiendo permisos para abrir viejas tumbas perdidas.
Desde hace años, tal y como informaba «The Washington Post»National Geographic lidera un proyecto en el que se está volcando la tecnología del siglo XXI, como se ve en el documental. El protagonista es Albert Lin, que trata de desvelar este gran misterio, solo comparable al de la tumba de Alejandro Magno, y que ahora ha dado un nuevo salto adelante gracias a una idea venida... del espacio. Porque se van a emplear satélites para mejorar la búsqueda.
Los investigadores se enfrentan a dos grandes inconvenientes. Primero, el basto territorio a examinar -desde Mongolia y China hasta Europa Occidental-. Por ello, han dividido los 6.000 kilómetros cuadrados en 84.000 cuadrantes. Después de tres años de trabajo, han revisado miles de opciones en más de 30.000 horas.
Además, tienen la oposición de los ciudadanos que se niegan a que excaven lugares considerados sagrados por su cultura.
Fuente. http://www.libertaddigital.com/
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