El año 1516, el duque Guillermo IV de Baviera redactó la primera ley que fijaba qué se entendía por cerveza. Esta ley de pureza (Reinheitsgebot) establecía que solamente podía utilizarse agua, malta de cebada y lúpulo para elaborar la cerveza. En cambio, en Inglaterra, Enrique VIII prohibió el uso del lúpulo, ante la presión del gremio de cerveceros; prohibición que levantó su hijo Eduardo VI, y que continuó por algún tiempo más en Escocia. Los cerveceros ingleses tardaron mucho en aceptar el uso del lúpulo. En su momento se llamo «ale» a la cerveza sin lúpulo y «beer» a la cerveza con lúpulo.
La cerveza empezó a recuperar su presencia social en España a partir del reinado del emperador Carlos I, que trajo consigo maestros cerveceros de Alemania. Todo ello queda reflejado entre las pertenencias del emperador a la muerte de éste en Yuste.
Por aquel entonces, la cerveza era aún un producto de temporada. No se sabía conservar y con el calor perdía toda su fuerza.
Para conocer el origen de este simpático refrán hay que trasladarse a los tiempos del antiguo Imperio Romano. Tito, hijo del emperador Vespasiano, estaba enfadado porque su padre había establecido una tasa por el uso de los urinarios públicos de la ciudad. Para el joven, aquello era indigno de un Cesar y, enfadado, le comentó que era maloliente el dinero que recaudaba de esa forma. Vespasiano le escuchó sin inmutarse y, llevándose una moneda a la nariz, dijo con cinismo: "y a mí, que no me huele mal..."
En la antigua ordenación militar, el tambor mayor del regimiento portaba un largo bastón al que se le conocía con el nombre de la porra. Era hincado en un lugar determinado del campamento y señalaba el punto al que debía retirarse todo soldado sancionado con un arresto. Con el tiempo, esta forma de arresto fue suprimida, pero la frase, con una gran carga despectiva, quedó incorporada al lenguaje popular.
Expresión que se suele usar para mostrar despreocupación por determinado problema.
Tiene su origen en la toma de Granada por los Reyes católicos, en 1492. Los españoles lo utilizaban en sustitución de la expresión "salga el sol por donde salga", porque, efectivamente nunca salía por el oeste, donde estaba la población de Antequera.
En 897, el papa Esteban VI aplica la damnatio memoriae a su antecesor, el papa Formoso durante el espeluznante “Concilio cadavérico”, “Sínodo del terror” o "Sínodo del cadáver". El cadáver de Formoso fue desenterrado, sus decretos y ordenaciones fueron declaradas inválidas, los tres dedos de su mano con los que impartía la bendición fueron cortados y su cadáver fue arrojado al Tíber.
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