El papel que puede jugar el azar en el destino de las personas es algo que siempre ha fascinado al ser humano. Hace algunas semanas, ya vimos cómo la casualidad de presenciar más de una tragedia marcó la vida de algunas personas, convirtiéndolas en los mayores gafes de la historia.
Sin embargo, las sorprendentes andanzas de estos personajes se convierten en meras anécdotas al lado de la vida de Reinhold Boyer, un ingeniero austriaco que logró sobrevivir a más de media docena de auténticos desastres en los que perdieron la vida alrededor de un cuarto de millón de personas.
La relación de Boyer, que residió en Madrid durante los últimos años de su vida, con las catástrofes comenzó muy pronto. Tan solo tenía seis años de edad cuando sobrevivió a su primer accidente de ferrocarril, en el que murieron 200 personas. Apenas dos años después, se salvó del incendio de un teatro vienés en el que murieron 620 personas.
El siguiente desastre tuvo lugar cuando Boyer ya había finalizado sus estudios de ingeniería y trabajaba en una mina cercana al Paso de Calais. Un incendio en una de las galerías provocó la muerte de 1.100 mineros. Dos años después, en 1908, el joven ingeniero salió indemne de un terremoto en Sicilia, en el que murieron 200.000 personas.
Cuatro años más tarde, Reinhold Boyer se vio obligado a suspender un viaje que tenía previsto realizar a Estados Unidos debido a una repentina enfermedad. Corría el mes de abril de 1912 y tenía previsto embarcarse en el Titanic. El transatlántico se hundió tras chocar con un iceberg en su trayecto inaugural, llevándose la vida de 1.517 de las 2.200 personas que viajaban a bordo.
Cuando por fin llegó a América, fue testigo de cómo un fuerte huracán azotaba Miami en 1926, ocasionando 12.000 muertos. Boyer sobrevivió a esta catástrofe, tal y como haría unos años después a una crecida del río Mississippi, que causó varios miles de víctimas más. Por increíble que parezca, Reinhold Boyer no solo sobrevivió a estas tragedias, sino que a lo largo de su vida sufrió multitud de pequeños accidentes que superó casi sin sufrir ningún rasguño.
Por ello, hay quien asegura que este ingeniero austriaco no fue el mayor cenizo del mundo, sino el hombre con más suerte de toda la historia. Aunque, a juzgar por su azarosa biografía, lo más probable es la respuesta correcta sea que era el gafe más afortunado que jamás haya vivido.
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