Dentro del monumento granadino, en el Patio de los Aljibes, hoy se conserva una placa que recuerda la hazaña de este soldado: «A la memoria del cabo de "Inválidos" José García que con riesgo de perder la vida salvóla Reina de los Alcázares y torres de la Alambra en 1812». Poco más se sabe de este héroe casi anónimo. La tradición oral canta que José García ingresó en el Cuerpo de Inválidos del Ejército español –antiguo cuerpo que integraban los soldados que habían sido mutilados en combate– a consecuencia de la pérdida de una mano y de una grave herida en la pierna, tras la batalla de Bailén. El otro dato básico sobre su biografía es la fecha de su muerte: el granadino falleció en 1834 víctima del cólera. El resto de su relato vital se entremezcla con la leyenda, en el mejor de los casos, cuando no se pierde en el terreno de lo incierto.
Las tropas napoleónicas habían construido una fortificación en torno a la Alhambra, situando las baterías de artillería en los Alixares y reforzando la zona de Santa Elena, la más alta del recinto nazarí. Con el avance de las fuerzas españolas, los franceses ejecutaron el protocolo habitual en sus retiradas: desmantelar y dejar inservibles sus estructuras de defensa con explosivos. Así, según los estudios históricos, las partes más dañadas por las explosiones fueron las diez torres de la zona alta, la Torre de los Siete Suelos, la Torre del Agua y la del Cabo de la Carrera. No en vano, si los franceses tenían intención de volar los palacios nazaríes –como afirma la versión más exagerada del relato– no fue con el objetivo de atacar el monumento, sino como un daño colateral. De hecho, apreciaron y cuidaron la Alhambra en su breve estancia mucho más que los españoles habían hecho en los dos siglos anteriores.
Al ocupar su cargo de comandante militar de Granada, Horace Sebastiani quedó admirado por la riqueza de la herencia musulmana que embriagaba la ciudad. El general revolucionario decidió instalar su alto mando en la fortaleza roja. En ese momento la Alhambra se encontraba abandonada y repleta de escombros, por lo que fue necesaria una profunda restauración. Los franceses repararon los techos, repoblaron los jardines y estanques y recuperaron el flujo de agua en las fuentes. Por su parte, el Rey impuesto por el emperador Napoleón, José Bonaparte, fue el primero en dotar a la Alhambra de un presupuesto fijo para su conservación y restauración. Por eso resulta sorprendente que el reguero de pólvora que apagó José García, que realizaba labores de vigilancia durante el sitio de Granada, tuviera como principal objetivo los palacios.
De una forma u otra, la leyenda pasó de generación en generación y la vigilancia de los recintos de la Alhambra fue encomendada al Cuerpo de Inválidos, concretamente se encargaron del cuidado de los bosques, parques y jardines. Cuando fue disuelto el Cuerpo de Inválidos, la labor fue pasando de padres a hijos hasta 1996. María Victoria Carrasco, esposa del último vigilante de la Alhambra, ha quedado en los archivos como la última habitante del recinto monumental de la Alhambra.
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