El Vindbjar veía en la venta de su mejor jugador un negocio redondo para garantizar la continuidad de la entidad, pero el Floey, otro club igual de humilde, no le garantizaba la entrada de dinero a su cuenta bancaria. El problema es que el futbolista deseaba cambiar de camiseta. Pero tenía contrato y había que pedir alguna compensación.
Después de mantener varias reuniones con la directiva del conjunto rival, resignados a tener que vender a Kristensen y sabiendo que no recibirían ningún dinero por él, la junta directiva del Vindbjart decidió realizar uno de los traspasos más peculiares en la historia del fútbol modesto. Ulstein encontró la solución en una petición que sorprendió al presidente del Floey: si querían firmar al jugador tendrían que pagar su peso en cajas de camarones.
Con la incertidumbre de saber si aquella extraña propuesta iba en serio,Rolf Guttormsen, presidente del Floey, se presentó en las oficinas del Vindbjart, donde esperaba ya Kristensen preparado para subirle a una báscula. Al cruzar la puerta, el dirigente comprendió que la oferta no era ninguna broma. El delantero marcó 75 kilos, peso que quedó apuntado.
Los presidentes de ambos equipos se encaminaron a continuación al puerto de la ciudad, donde se terminó de cerrar aquel sonado fichaje. Una encima de otra, los empleados de la lonja apilaron cajas de camarones hasta que alcanzar los 75 kilos del peso de Kristensen, momento en el que Guttormsen sacó su cartera para pagar el marisco. Terminaba así uno de los fichajes más extraños en la historia del fútbol.
El presidente, la plantilla y los empleados del Vindbjart se dieron una buena cena a costa del fichaje de Kristensen, un delantero cuya carrera se quedó en promesa. Su nombre, sin embargo, aún se recuerda en ambos clubes y en todo el fútbol noruego.
Con la incertidumbre de saber si aquella extraña propuesta iba en serio,Rolf Guttormsen, presidente del Floey, se presentó en las oficinas del Vindbjart, donde esperaba ya Kristensen preparado para subirle a una báscula. Al cruzar la puerta, el dirigente comprendió que la oferta no era ninguna broma. El delantero marcó 75 kilos, peso que quedó apuntado.
Los presidentes de ambos equipos se encaminaron a continuación al puerto de la ciudad, donde se terminó de cerrar aquel sonado fichaje. Una encima de otra, los empleados de la lonja apilaron cajas de camarones hasta que alcanzar los 75 kilos del peso de Kristensen, momento en el que Guttormsen sacó su cartera para pagar el marisco. Terminaba así uno de los fichajes más extraños en la historia del fútbol.
El presidente, la plantilla y los empleados del Vindbjart se dieron una buena cena a costa del fichaje de Kristensen, un delantero cuya carrera se quedó en promesa. Su nombre, sin embargo, aún se recuerda en ambos clubes y en todo el fútbol noruego.
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