jueves, 13 de noviembre de 2014

El Duque de Lerma: el mayor desfalco en la historia de España

«Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España se viste de colorado», rezaba una copla que corrió por Madrid cuando el Duque de Lerma, el todopoderoso valido de Felipe III, se refugió en el clero para protegerse de quienes le acusaban de desviar dinero de las arcas reales. El traslado de la corte de Madrid a Valladolid en 1601 es el símbolo de hasta donde llegaron las corruptelas de Francisco de Sandoval y Rojas, y supuso un auténtico pelotazo inmobiliario en favor de sus bolsillos, los más abultados del reino.

No es sencillo distinguir si las prácticas de este noble castellano fueron distintas, quizás sí en la falta de sutileza y discreción, a las ejercidas por otros cargos públicos en el Siglo de Oro. De hecho, en la actualidad ha surgido una corriente historiográfica que sitúa al valido de Felipe III como la víctima de un complot diseñado por su propio hijo, el Duque de Uceda, y por su sucesor el Conde-Duque de Olivarespara sustituirle en el poder y exagerar sus delitos.

El cabeza de la familia Sandoval, que es conocida en la historia por ser los custodios de Juana «la Loca» en Tordesillas, fue acusado publicamente de orquestar una de las mayores redes de corrupción en la historia de España, cimentada en un sistema de clientelismo y de venta de cargos públicos. Su mano derecha, Rodrigo Calderón de Aranda, fue condenado por delitos de corrupción y ajusticiado en la Plaza Mayor de Madrid. Al Duque de Lerma le salvó su repentina vocación religiosa y el favor del Rey, que nunca dejó de apoyarle.


Lo que nadie puede cuestionar es la enfermiza influencia que ejerció el Duque de Lerma sobre Felipe III. Cuando el Príncipe Felipe –descrito por su padre Felipe II como «alguien poco interesado en los asuntos de estado»– subió al trono, quiso acompañarse de hombres de su confianza que le permitieran abstraerse de toda responsabilidad. En 1599, el Rey otorgó al castellano el título de duque de Lerma con Grandeza de España.

Era la culminación de un ascenso al poder que inició Francisco de Sandoval y Rojas, perteneciente a una familia noble con más deudas que rentas, cuando todavía era un niño. Educado en la corte como compañero de juegos del Príncipe Carlos, a la muerte del infante el joven Francisco pasó a ocupar el cargo de gentilhombre del Príncipe Felipe III –el otro hijo de Felipe II que llegó a la edad adulta– con el que hizo buena amistad.
Pelotazo inmobiliario en pleno Siglo de Oro

Una vez en la cúspide, fue situando en todos los cargos del reino a familiares y a nobles afines a su causa. Según el retrato que hacen sus contemporáneos, el Duque de Lerma era un hombre arrogante y avaricioso que siempre estaba buscando la manera de lucrarse, ya fuera directamente con mordidas en las arcas reales o con la venta de cargos y favores públicos.

Nada que no se hubiera hecho antes en la corte madrileña. Dos bandos irreconciliables se pasaron el reinado de Felipe II disputándose cada gota de poder que derramaba el Rey. Los halcones contra las palomas, la familia Alba contra los Mendoza. Una lucha equilibrada por hacerse con los privilegios reales, que el Duque de Lerma rompió a su favor para quedarse con todos los trozos.
Pero si algo tienen de distintas las maniobras del valido de Felipe III, es el descaro con el que actuaba y su gran capacidad para manejar al Monarca a su antojo. En el año 1601, el Duque de Lerma, nacido en Tordesillas, convenció al Rey para que trasladara la corte de Madrid a Valladolid. Previamente, el noble castellano y su red clientelar habían adquirido terrenos y palacios en Valladolid para después venderlos a la Corona. No conforme con unos beneficios que le convirtieron en el hombre más rico del Imperio español, Francisco de Sandoval y Rojas volvió a persuadir a Felipe III para restaurar la corte a Madrid solo seis años después. En la actual capital de España, a cuyo Concejo le tocó pagar un elevado coste por el traslado, el duque repitió la operación urbanística y compró numerosos palacios y viviendas, que en ese momento estaban a precios muy bajos.

El testimonio todavía vivo de su enorme patrimonio, creado casi desde cero, es el palacio que se construyó en Madrid, actualmente empleado como Capitanía General del Ejército. Un edificio construido a la moda italiana, que en dimensiones superaban al Alcazar Real.
Una caída orquestada por la Reina

Entre 1599 y 1618, todas las decisiones acometidas por el Imperio español contaron con el sello del Duque de Lerma. Un periodo que en política exterior estuvo protagonizado por los tratados de paz y las treguas que España firmó con Inglaterra, Holanda y Francia; y que a nivel nacional es recordado por la expulsión de los Moriscos de 1609. La decisión populista causó un importante perjuicio económico del que la Península tardó décadas en recuperarse. El deterioro económico del Imperio cada vez era más visible para los enemigos de España. Cabe recordar que, dos años antes de esta medida, en 1607, se había producido una nueva suspensión de pagos por parte de la Hacienda Real al no ser capaz de hacer frente a la devolución de la deuda.

El deterioro económico encendió las primeras chispas para prender su caída. La Reina Margarita, esposa de Felipe III, reunió bajo su figura a todos los nobles que habían sido dañados por los abusos de poder de Lerma y preparó un proceso contra el. Hubo una investigación de las finanzas que descubrió el entramado de corrupción e irregularidades. Entre los acusados por delitos de corrupción se encontraba el hombre de confianza del valido, Rodrigo Calderón de Aranda, que fue ejecutado en la Plaza Mayor de Madrid en 1621.
A modo de estratagema, en parte permitida por Felipe III, Francisco de Sandoval y Rojas solicitó de Roma el capelo cardenalicio para protegerse de cualquier proceso judicial, puesto que el clero gozaba de inmunidad eclesiástica. En 1618, el Rey recomendó al Duque de Lerma retirarse de la vida pública. Y desde su retiro en Valladolid, donde murió en el año 1625, el hombre más rico del Imperio español observó impotente como los mismos que habían conspirado para lograr su caída en desgracia, entre ellos el Duque de Uceda y el Conde-Duque de Olivares, ahora se disputaban su sillón.

Precisamente Olivares, aprovechando la llegada de Felipe IV al trono, ordenó embargar todas las rentas y bienes del Cadenal-Duque y le restringió el desplazamiento únicamente por sus posesiones deValladolid y Burgos. Con su salud cada vez peor, el viejo cardenal se quejó al Papa en una carta: «Yo estoy destruido en reputación, en salud y en hacienda, sin que nadie haga caso de mi dignidad y sacerdocio».

Ni siquiera los historiadores que defienden que fue víctima de una campaña para exagerar sus delitos han sabido identificar la procedencia de su mastodóntica fortuna, que se cifra en el equivalente a lo que hubiera costado levantar otros cinco palacios de El Escorial.

Fuente. Aquí

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