martes, 30 de septiembre de 2014

¿Revelada al fin la identidad de Jack el Destripador?

Finales de agosto de 1888. La noche ya ha tomado el paupérrimo y mugriento barrio de Whitechapel (en Londres) cuando dos personas se escabullen por una pequeña calle que apenas es perceptible sin la luz de un candil. Una de ellas es una prostituta de 45 años llamada Mary Ann Nichols. La otra es su presunto cliente, un sujeto cuya identidad ha permanecido oculta durante más de un siglo. Segundos después, el que parecía simplemente otro tipo con ganas de dar rienda suelta a sus más bajos instintos saca un cuchillo y corta el cuello a la meretriz. Lo que le hace a su cadáver es aún peor, pues, tras un severo tajo, le saca las entrañas del vientre.



Se acaba de producir el primer crimen de los cinco que, oficialmente y tras una investigación que duró meses, fueron atribuidos a Jack el Destripador, un criminal que jamás fue atrapado y que ha pasado a la historia por haber conseguido escapar de las autoridades británicas sin que fuera descubierta su identidad. Desde ese momento, las fichas policiales se llenaron de cientos de sospechosos y las comisarías de los criminólogos más reconocidos de la época. Pero no sirvió de nada, pues el asesino había ocultado sus huellas demasiado bien.

No obstante, las pesquisas para poner a este psicópata nombre y apellidos dieron un vuelco hace apenas unas semanas cuando el escritor Russell Edwards publicó un libro en el que afirmaba que, mediante unas pruebas de ADN realizadas a una prenda de vestir en contacto con el asesino había conseguido desenmascararle. Desde ese momento, las críticas sobre dichos test han sido constantes. Sin embargo, los expertos en este tipo de análisis con los que se ha contactado son tajantes: es perfectamente posible encontrar restos genéticos en ropa de hace más de un siglo si se dan unas condiciones determinadas.


Antecedentes

A principios de septiembre, Edwards –un apasionado de la criminología y detective aficionado en sus ratos libres- informó de que su libro «Naming Jack the Ripper» («Identificando a Jack el Destripador») no tardaría en ver la luz. No obstante, lo que en un principio parecía la mera publicación del enésimo texto sobre este asesino en serie, terminó convirtiéndose en todo un acontecimiento al conocerse que, en él, el británico afirmaba que había resuelto uno de los misterios más reseñables de la historia: la identidad de Jack el Destripador.

Para desvelar la eterna pregunta, este escritor había conseguido hacerse en una subasta con una prenda de vestir (un chal) que había llevado puesto presuntamente una de las víctimas de este psicópatadurante sus últimos momentos de vida. Al parecer, y siempre según la versión de Edwards, la prueba fue recogida de la escena del crimen por un agente de policía, quien se lo ofreció a su mujer como regalo. Pero, según señala el escritor, la esposa no quiso «disfrutar» de este presente debido a que estaba manchado de sangre, por lo que se limitó a guardarlo en lo más profundo de un baúl.

Retrato robot de Jack el Destripador realizado por un exjefe de Scotland Yard


El chal fue pasando a partir de ese día de generación en generación hasta que, en 2007, Edwards lo adquirió en una subasta a cambio de un considerable desembolso económico. Intrigado, y suponiendo que la prenda podía contener restos biológicos del asesino, el escritor envió la prenda a un laboratorio para que investigaran los posibles restos biológicos que pudieran encontrarse en él. La respuesta no pudo ser más satisfactoria: la prueba no se había lavado nunca y contenía sangre y semen de Jack el Destripador.

Tras extraer una muestra de ADN, ésta se cotejó con la de varios descendientes de la gran lista de sospechosos de 1888 guardada por la policía inglesa. Casi de forma increíble, se halló una coincidencia genética con Aaron Kosminski, un joven polaco de 23 años que, por entonces, fue acusado durante la investigación realizada en el siglo XIX, pero que, finalmente, quedó libre debido a la escasez de pruebas. Jack el Destripador había hecho su aparición, aunque las críticas contra estos test se generalizaron.
Las pruebas de ADN

Pero, ¿en qué consiste realmente una prueba de ADN como la que se le practicó a este chal? Según afirma a ABC la doctora Amaya Gorostiza (Gerente de Genética Forense en el Laboratorio de Identificación Genética de «GENOMICA S.A.U.» -Grupo Zeltia-) es una comparación de, como mínimo, dos muestras genéticas con el objetico de determinar si existe entre ambas una coincidencia o una relación de parentesco.

Para lograr este objetivo, se debe seguir un protocolo que consta de tres partes: extracción, amplificación y análisis. «La parte de análisis de las muestras consiste en los procesos de laboratorio que nos permiten obtener el ADN de las células que se encuentran en los fluidos y restos orgánicos del cuerpo humano», destaca la experta.

A continuación, dicha muestra se «amplifica» para que pueda analizarse. «Este ADN extraído en su cantidad natural es insuficiente para su análisis, por lo que es necesario incrementar el número de copias con el fin de poder visualizarlo. La parte del análisis es la última del proceso y permite visualizar y establecer las variantes de los marcadores analizados para cada una de las muestras», añade Gorostiza.



Estas pequeñas porciones de ADN suelen ser de tres tipos diferentes: una «huella o perfil genético», un ADN mitocondrial o un «cromosoma Y». Cada una de ellas permite, además, la comparación con una parte determinada de los miembros de una familia. «Los análisis genéticos que se realizan habitualmente en Genética Forense son tres: una identificación individual (a través de la huella o perfil genético), un análisis de la línea materna (a través del marcador ADN mitocondrial) o un análisis de la línea paterna (a través del marcador “cromosoma Y”). Además pueden hacerse otros análisis que nos den información del aspecto físico de la persona o de su origen geográfico», señala la experta a este periódico.

En cualquier caso, y como determina Gorostiza, estos «marcadores genéticos» sólo permiten relacionar a dos sujetos y señalar si son parientes, pero tienen sus limitaciones: «Asocian a los individuos por parentesco por vía materna o paterna, pero no nos dicen la relación exacta, es decir, nos dirían que dos hombres están emparentados por vía paterna, pero no si son hermanos, padre e hijo, o abuelo y nieto».
La antigüedad no es un problema

Con todo, y a pesar de las explicaciones de Edwards, las críticas sobre las pruebas genéticas realizadas al chal se han empezado a escuchar entre los interesados en el misterio de Jack el Destripador. Muchos, por ejemplo, han puesto en duda que puedan hallarse restos de ADN en una prenda de vestir con más de 125 años de antigüedad

En cambio, Gorostiza no está de acuerdo con dichos ataques: «Por supuesto que es posible hallar restos orgánicos en una prenda que no se haya lavado. Las células permanecen en ese soporte y pueden recuperarse. El ADN en determinadas condiciones puede conservarse y ser utilizado para realizar un análisis. Prendas de ropa que habitualmente se conservan en lugares secos en los que no les da la luz son una buena base para obtener ADN en buenas condiciones».
A su vez, la experta señala que el protocolo para estudiar los restos hallados en una prenda con tantos años a sus espaldas es similar al que se utiliza cuando éstos no son tan antiguos. «El proceso de análisis sería exactamente el mismo que con una muestra fresca, a excepción de algunas precauciones a causa de la antigüedad y características de la muestra. Por ejemplo, una muestra antigua estará en unas condiciones distintas a una muestra fresca; es importante tenerlo en cuenta a la hora de realizar los distintos pasos del análisis de la misma con el fin de optimizar los resultados», destaca Gorostiza.

La única salvedad es que las muestras más antiguas se tratan con más precaución. «Se toman precauciones para evitar contaminaciones (o identificarlas en caso de que se produzcan) y se utilizan protocolos de trabajo estandarizados. Hemos de tener en cuenta que son muestras que deberían considerarse críticas, pero los resultados podrían perfectamente ser correctos. De cualquier modo hay que considerar parámetros como no procesar a la vez las muestras de los familiares a comparar con las muestras críticas, por ejemplo, pero estas precauciones son ampliamente conocidas por los laboratorios que trabajan en este ámbito», completa la doctora.
Ni con la lavadora

Los más desconfiados también afirman que es extraño que la prenda no se haya lavado en los 125 años que han pasado desde el asesinato, preservándose así las muestras de sangre y semen de Aaron Kosminski. No obstante, y tal y como señala la Doctora, incluso aunque se hubiera limpiado esta prenda sería posible –con un poco de suerte- hallar restos genéticos del asesino en ella.



«En caso de haberse lavado, los restos biológicos probablemente se habrían perdido en su mayoría. Podría llevarse a cabo la prueba y no obtener ningún resultado, pero también hacerla y sí tenerlos. Dependería de muchos factores, entre ellos de la naturaleza de los restos, de la cantidad de material biológico que quedara en la tela, del tipo de lavado y de secado, de si se hubiera puesto al sol o no, etc. Son múltiples los factores que afectarían», afirma Gorostiza.

Por todo ello, la experta considera que las pruebas son perfectamente válidas. Eso sí, siempre que se hayan realizado de la forma en la que han sido explicadas por la prensa: «En principio no tengo razones para no creer en la veracidad de los resultados, pero desde luego, antes de emitir una opinión o aceptar en su totalidad los análisis, tendría que revisarlos. La única información que he recibido es la difundida por la prensa, tanto nacional como internacional».


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