Diocles el “Hispano”, Cornelius Átticus, Marco Valerio Hispánico o Marcus Ulpuis Aracintus, entre otros, ayudaron a engrandar la máxima romana “panem et circenses” destacando en los distintos espectáculos de masas de la época. Espectáculos que, casi por norma, eran uno de los platos fuertes de cualquier celebración de la época.
Entre estos entretenimientos destacaron las carreras de carros, la lucha de gladiadores o el atletismo, que enardecían a las masas de la República y, posteriormente, del Imperio. No en vano, los historiadores han contado al menos 70 anfiteatros y circos repartidos por los territorios romanos de la antigüedad. Los anfiteatros, muchos de ellos todavía en pie, eran edificios complejos y costosos que simbolizan como ningún otro la pasión de Roma por el espectáculo.
Pero si los edificios, las escenificaciones (los anfiteatros albergaban desde recreaciones de batallas navales –naumaquias- a cacerías con animales salvajes) y la organización de estos eventos de masas era muy costosa, muchos de sus protagonistas no tenían precisamente una vida de lujo. El ejemplo más conocido es el de los gladiadores: los luchadores con espada –gladius-.
Los auténticos gladiadores
Imagen: Sebastià Giralt. Licencia CC BY-NC-SA 2.0
De origen etrusco, las luchas de gladiadores fueron una de las citas más importantes de la vida pública romana, que adoptó esta tradición foránea gracias, en parte, al general Escipión el Africano. Y entre los luchadores, destacaron algunos de origen hispano. El más famoso para el público actual es sin duda Marco Valerio Hispánico, interpretado por Russell Crowe en la película Gladiator (2000).
En su crónica Valerio sí habría merecido el Oscar, el periodista César Vidal es tajante: “Russell Crowe apenas duraría unos instantes contra los gladiadores españoles que peleaban en la arena de Roma. Sometidos a una durísima vida, difícilmente llegaban a héroes”.
Los hombres que saltaban a la arena de los anfiteatros estaban a las antípodas de la heroicidad, al menos a ojos de sus contemporáneos romanos (su ocupación estaba categorizada como infamis, cosa que suponía la restricción de derechos). La gran mayoría eran delincuentes, prisioneros de guerra, soldados sin fortuna y esclavos que, con suerte, sobrevivían a cinco o seis combates.
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Marco Valerio Hispánico, sin embargo, pertenecía a otra categoría: César Vidal nos cuenta que “más adelante empezaron a surgir hombres libres como Valerio que se alquilaban a los lanistas -los apoderados de la época- para escapar al hambre o hacer frente a las deudas. Unos pocos llegaron a hacer fama”. Parece ser que Marco Valerio, nacido en Mérida, fue uno de estos pocos que obtuvieroncierto reconocimiento.
La historia escrita en las lápidas de Córdoba
Pero no fue el único; de Marcus Ulpius Aracinthus, nacido en Palencia -natione hispanus- se sabe que fue retiarius, una de las muchas tipologías en las que se dividían los gladiadores, según las armas y la vestimenta que usaban. En este caso, red, tridente, túnica corta y cinturón de cuero. Las inscripciones de su epitafio cuentan que Aracinthus luchó once veces y murió con 34 años.
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Juan Serrano Sayas, licenciado en Educación Física, explica en su trabajo “La participación hispana en los juegos de Olimpia y del Imperio Romano” el hallazgo de una serie de “lápidas gladiatorias” en Córdoba, gracias a las que tenemos noticia de estos luchadores de la antigüedad. Junto a la de Marcus Ulpius Aracinthus también se encontraron otras que hacían referencia a “Quintus Vettius Gracilis. El que murió en Nemausu luchaba como tracio. Ganó tres coronas y murió joven, a los 25 años. La lápida se la puso su entrenador, L. Sestius Latinus”. Y a “Smaragdo, gaditano de nacimiento. Su especialidad era la del hoplomachus, tipo de gladiador que lucha con escudo y espada corta. Era esclavo. La inscripción se la puso su mujer”.
La “epigrafía gladiatoria”
Las lápidas y, más en concreto, la “epigrafía gladiatoria”, ha sido tradicionalmente la principal fuente de información para los historiadores. Alberto Ceballos Hornero, del Departamento de Ciencias Históricas de la Universidad de Cantabria, escribe “los epitafios de gladiadores presentan un mismo modelo compositivo (nombre, armatura, ludus, pugnae, natio, edad, dedicante y fórmula de cierre), lo que revela la existencia de una idea de identidad como colectivo entre ellos. […] Los epitafios gladiatorios en piedra deben de adscribirse por lo general a las figuras destacadas de la arena, pues eran éstas las que se podían costear o a quienes los aficionados podían costear una estela funeraria”.
La “élite” del deporte romano
Pero si la vida de los gladiadores estaba marcada por las penurias, en el otro extremo se encontraban los reyes de la velocidad de Roma: los aurigas. Al mando de sus bigas (carros de dos caballos), trigas (de tres) y cuadrigas, cuatro, los pilotos de la antigüedad hacían las delicias de los aficionados que acudían al circo.
En este caso también es muy claro el referente cinematográfico… pero seguramente no es tan conocido el máximo representante de este espectáculo de velocidad, el auriga lusitano Cayo Apuleyo Diocles.
Imagen de dominio público. Wikimedia Commons
Diocles fue un auténtico ídolo de masas en la antigua Roma gracias a su dilatada carrera y a sus triunfos en el circo. Una trayectoria que le reportó honor, gloria y riqueza: según un estudio de la Universidad de Pennsylvania, este auriga llegó a ganar 35.863.120 sestercios en premios, una auténtica fortuna al alcance de muy pocos.
Diocles, “el más eminente de todos los conductores de carros”, tal como reza su inscripción funeraria, comenzó a competir en el 122 d.C. con 18 años y se retiró a los 42. Gracias a las inscripciones localizadas en el antiguo Circo de Nerón (actual Vaticano) sabemos que compitió en 4257 carreras y obtuvo 1462 victorias.
Los equipos de la época eran lasfactio y, de forma lógica e idéntica a la práctica actual, se diferenciaban por el color de sus vestiduras. A lo largo de su carrera Diocles defendió las factio roja, verde, blanca y azul antes de retirarse aPreneste, ciudad muy próxima a la Roma que disfrutó de casi todos sus triunfos.
Cuerpo a cuerpo
Sin armas, sin vehículos, sin animales. La lucha cuerpo a cuerpo, sin más ayuda que la fuerza y la habilidad de cada contrincante, también fue una de las atracciones más populares del mundo romano.
Heredado de los griegos, que hicieron de él un deporte olímpico, el pancracio combinaba lo que hoy conocemos como lucha libre y boxeo. Si los combates de gladiadores y la velocidad de los carros eran deportes de alto riesgo, el pancracio no se quedaba atrás; se permitía prácticamente todo y eran habituales aplastamientos, zancadillas, roturas, patadas y golpes por todo el cuerpo. Eso sí, no se podía morder ni meter los dedos en los ojos, la nariz o la boca del adversario.
Imagen: MatthiasKabel. Licencia (CC BY-SA 3.0)
Al igual que sucedía muchas veces con las luchas de gladiadores, el combate acababa cuando uno de los oponentes desistía y levantaba un dedo en señal de “rendición”.
El luchador de Pollentia
Gracias también a una inscripción, sabemos que esta disciplina contaba entre sus campeones con un hispano, Cornelius Atticus. Natural de Pollentia (Mallorca), fue un destacado pancraciasta y se le atribuye también alguna participación en los juegos de gladiadores. Poco se sabe de él, sólo las referencies que figuran en la lápida, descubierta en Alcudia en 1933. La inscripción señala que Cornelius Atticus estuvo en activo entre 193 y 211.
Actualmente este destacado deportista de la Mallorca hispana da nombre a un premio otorgado por el Govern de les Illes Balears al mérito deportivo.
Fuente.www.romanorumvita.com/,
Ni Marco Aurelio ni Teodosio eran Hispanos, a partir de ahí lo demás que cuentas...
ResponderEliminarGracias Rolinstone
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