viernes, 14 de septiembre de 2012

El suicidio de Hitler

La muerte de Adolf Hitler ha provocado ríos de tinta y múltiples teorías de la conspiración. Todo basado en la ausencia de una fotografía o de restos de su cadáver. Sin embargo, Rusia desveló en 2009 que tenía en su poder la mandíbula y parte del cráneo de Hitler. De esta forma pretendía zanjar los rumores sobre el paradero del dictador y relatos infundados, pero muy extendidos, sobre una posible huida del ‘führer’ a Sudamérica. Y es que la URSS guardó como alto secreto toda información sobre el cadáver de uno de los mayores genocidas de la historia fomentando estos mitos.

A finales de abril de 1945, Berlín estaba a punto de caer en manos soviéticas. Hitler se refugiaba en un búnker de la Cancillería. Desde allí daba las últimas órdenes en una guerra que los nazis habían perdido hacía varios meses, cuando no años. Ante la inminente derrota, varios consejeros propusieron a Hitler que tratara de huir. Sin embargo, el dictador alemán siempre se negó a esa posibilidad. En su cabeza ya rondaba la idea del suicidio. La muerte de Mussolini y el ultraje posterior a su cadáver le alarmaron, espantado con la posibilidad de sufrir la misma suerte. Hitler quería evitar a toda costa convertirse en un trofeo de guerra vivo o muerto.


El 30 de abril fue el día escogido. Hitler se despidió de la cúpula militar y del partido nazi que le acompañaba en el búnker. Tras agradecer el trabajo a sus personal de servicio, se encerró en su habitación junto a su mujer, Eva Braun, con quien se había casado el día anterior. Según contó Heinz Linge, jefe de personal del 'führer', al poco tiempo se escuchó un disparo. Esperaron 15 minutos y después abrieron la puerta. Hitler se había pegado un tiro en la cabeza además de tomar su cápsula de cianuro. El veneno fue suficiente para acabar con la vida de Braun.

Linge siguió las instrucciones precisas del dictador. Junto a otros oficiales recogieron los cadáveres y los echaron en una zanja producida por un obús junto a la entrada del búnker. Allí, con la gasolina recogida de los coches, los restos del matrimonio Hitler fueron quemados. El ‘führer’ estaba muerto, pero como él mismo había previsto, la búsqueda de sus restos no se iban a detener.

Stalin, nada más conocer la muerte de su enemigo, ordenó al NKVD, -antecedente de la KGB- hallar el cadáver del líder nazi. Los servicios secretos soviéticos, tras realizar una intensa búsqueda en los alrededores de la Cancillería, encontraron los restos el 9 de mayo. Tras ser estudiados en la más absoluta clandestinidad, fueron enterrados en una base militar en la ciudad de Magdeburgo, en la Alemania Oriental controlada desde Moscú.

En 1970 el lugar donde se ocultaban los cuerpos iba a pasar a manos del Gobierno de la República Democrática Alemana. El dirigente del KGB de entonces, Yuri Andrópov, convenció al Politburó comunista de la necesidad de acabar definitivamente con los restos de Hitler y su esposa antes de que fueran descubiertos y convertidos en un lugar de peregrinación. El 4 de abril de ese año un grupo de agentes del KGB exhumaron los cadáveres y los incineraron hasta convertirlos en cenizas. Solo se salvaron la mandíbula y algunos trozos del cráneo de Hitler que fueron llevados a la URSS. Casi 40 años después, las autoridades rusas desvelaron que tenían en su poder esos restos. La mandíbula en el Archivo del FSB, mientras que los trozos de cráneo en el Archivo Estatal de Rusia.

Lejos de aminorar la polémica, ese mismo año, un estudio de la Universidad de Connecticut creaba más confusión tras analizar las muestras de ADN del cráneo y determinar que pertenecía a una mujer de entre 20 y 40 años. Sin embargo, como el propio grupo de investigación explicaba, su trabajo solo demostraba que ese cráneo no era de Hitler. La muerte del dictador alemán no se cuestionaba. Demasiados testimonios corroboran los hechos. Aunque la "leyenda urbana" de su estancia en Sudamérica seguirá reapareciendo continuamente.



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